Martín Vestiga
Una producción de NOVA

Martín Vestiga, Enzo Brado y el intendente pirata de la región

Martín Vestiga, un periodista honesto, y Enzo Brado, un colega de dudosa reputación. (Dibujo: NOVA)

Sagaz como siempre. Intrépido e inquisidor. Adjetivos que sólo califican a Martín Vestiga, un asiduo colaborador de NOVA que vive trabajando y que, en sus ratos libres, investiga como pocos. Dos por tres se encuentra con Enzo Brado, un colega de dudosa reputación que le pasa jugosa información

Les cuento, estimados lectores de este afamado portal, que soy demasiado temeroso del invierno, pero si esa estación del año genera que se vayan los fastidiosos mosquitos soy capaz de encamperarme hasta las orejas con tal de no soportar esos fastidiosos insectos.

Y justamente ahora que refrescó un poco, caminando por la vecina localidad de Ensenada, se me dio por entrar a tomar un cafecito en el “Viejo Candil”, ubicado en la céntrica esquina de La Merced y Sarmiento, para responder algunos llamados sentado tranquilo con mi libreta de anotaciones y con retazos de informaciones comenzar a elaborar algunas notas para NOVA.

Da la casualidad de que me encuentro con mi colega Enzo Brado, un periodista de dudosa reputación, de quien se comenta que recibe dinero de varios personajes del poder para tergiversar información, mentir, o difamar. Bastante parecido a mi enemigo Tito Rosca, pero versión simpático y caballeresco.

Consumiendo una humeante chocolatada, me contaba Enzo que “en ésta ciudad, Martín, dicen que un intendente de la región tiene un hijo no reconocido, extramatrimonial, al cual le pasa plata todos los meses, pero se cuida muy bien de que el resto de los simples mortales se entere”.

-Me imagino a quién te referís, Enzo, el mismo que colocó a una de sus amantes como concejal y a la otra con un alto cargo en el Ministerio de Seguridad de la provincia.

- El mismo, Martín. Veo que de boludo sólo tenés la cara, dijo lanzando una sonrisa cómplice. Me acuerdo que cuando la mujer se enteró de ambas, le tiró todas sus cosas a la calle y el hombre se tuvo que ir a vivir a una lujosa quinta de las afueras. Imagina si llega a sus oídos lo del hijo bastardo.

- No quiero ni pensarlo, Enzo, respondí agarrándome la cabeza alarmado.

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