Perfiles urbanos
Tiene 70 años

Se gana la vida de herrero y puso una compra venta en su casa

"Cacho" muestra el paquete de cigarrillos que mandaba para Berisso dentro de unos cajones de madera que fabricaba desde Tierra del Fuego.
“Yo siempre trabajé, no conozco otra forma de ganarme la vida” comentó Pedro “Cacho” Almada, desde su casa en donde tiene montada una especie de compra venta en la calle 2 entre 77 y 78.

Por Marcelo Moriconi, especial para NOVA

Montó en su casa una especie de mercado de lo usado y le agrega sus trabajos como herrero desde que comenzó la pandemia hace dos años. Su foto, junto a varias posesiones recorrió el mundo convirtiéndose en Trending topic en las redes sociales. Se trata de un adulto mayor de Villa Elvira, en la ciudad de La Plata, que a los 70 años en busca de un sustento se reinventó.

“Yo siempre trabajé, no conozco otra forma de ganarme la vida” comentó Pedro “Cacho” Almada, desde su casa en donde tiene montada una especie de compra venta en la calle 2 entre 77 y 78. “Yo soy viejo, pero no boludo, si me quedaba quieto me moría, decidí vender lo que hacía con los fierros que había en casa, luego arreglando las cosas tiradas que encuentro, y después empecé a vender lo que me trae la gente”.

“Cacho” se levantó una y otra vez de la entrevista para acercarse a la radio porque mientras contaba su historia, la “cantora” apoyada en una vieja caja de galletitas, sintonizada en una tenue y fritada señal de Radio Colonia, le cantaba los resultados de la Quiniela. “Hice una redoblona, le jugué doscientos pesos” dijo exultante. Finalmente se sentó sin escuchar ninguno de los números que había elegido.

Nació en Chascomús. Tiene tres hermanas con las cuales no tiene relación. Su historia pareciera comenzar, según su relato, cuando fue adoptado por el matrimonio de Alcides Almada y María Eduarda Gómez que, desde muy chiquito, lo trajeron a vivir a Berisso.

Casi con tan solo 10 años trabajó en una casa de pesca ubicada sobre calle Triestre en Berisso, que “quedaba cerca del Cuartel de Bomberos, ahí hacíamos los tiros de la tanza y armábamos más de cien líneas de pesca por día. En esos tiempos, se vendía mucho. Yo trabajaba con el hijo del dueño, con él me asocié de más grande luego del fallecimiento del padre. Tiempo más tarde, eso se transformó en una compra venta”.

Tuvo varios oficios. Fue empleado de la empresa Swift, fue operador metalúrgico, taxista, ayudante de mecánico, chapista y pintor de autos, y estuvo conchabado de mantenimiento en general en la empresa SAIEVA en la Patagonia Argentina, donde se mantuvo por cuatro años, aunque debió volver para acompañar a su papá en sus últimos años cuando este transcurría una penosa enfermedad.

Anécdotas le sobran como días al sueldo de un jubilado. Mencionó que una vez, cuando atendía el kiosco del balneario de “La Balandra” tuvo el récord de vendedor de helados. Vaya uno a saber de dónde sacó esas estadísticas, pero se apuntó una venta épica de dos días con un total de 2.680 productos. Parece que ese verano el grito de “hay palitos, bombón, helados” llenó sus bolsillos de ganancias.

“En todas las empresas que trabajé o en los laburos que yo hice, porque siempre fui laburador y respetuoso, siempre llevé gente a trabajar. Hice entrar a mucha gente en todos lados. Algunos hoy aún me lo reconocen, otros hasta pasan y no saludan” demostró.

Su desgarbada figura se vuelve a levantar. Esta vez para sacar la pava que tenía montada en una pequeña garrafa detrás de una madera debajo de la mesa. Agarró un mate, le echó agua prácticamente hervida y retomó una cebadura que vendría desde la mañana según dejaban ver los palitos que flotaban en el borde.

“Yo siempre hice cosas. Cuando estaba en la colimba – año 1972 en Batallón de Infantería de Marina Nº 5 de Tierra del Fuego – me aburría y hacía artesanías en madera. Un día me avivé y empecé a mandarlos para Berisso. Hacía una especie de cajones que decían que era un recuerdo de allá. Adentro le metía los cartones de cigarrillos, no pagaban impuestos, eran muy baratos” recordó y agregó mostrando el paquete (foto) “aún guardo un atado sin abrir de 43/70 largos”.

Siguiendo la línea de lo que venía narrando, Pedro largó una carcajada: “Yo se los mandaba a mi viejo. Cuando me dieron la primera salida, luego de seis meses, fíjate que yo sacaba por encomienda como cuatro artesanías cada quince días, llego a mi casa y veo todo el living con las maderas colgadas. Ya les había regalado a los tíos, vecinos, amigos, a todo el mundo. Nunca se dieron cuenta que adentro estaban los cartones”.

Su soledad alguna vez fue compartida. En Berisso, cuando era joven tuvo una novia con la cual planificaron casamiento. Hasta la plata de los muebles ya tenía acordada con el vendedor que se la iba reteniendo mes a mes. “Yo estaba trabajando, me llamaron del hospital, ella había ido con los padres. Me dijeron que tenía cáncer y que estaba muy avanzado. A las cuatro horas se murió. Después nunca más tuve nada serio con una mujer”.

Con tristeza, al final de la charla, se acordó los amigos que ya no están. Mostró como el paso del tiempo hizo estragos en su vivienda y exclamó mirando el cielo: “si me dan las chapas, hice un pedido a la Municipalidad de La Plata, un vecino me hizo la nota, yo subo y lo arreglo, pero con lo que gano no puedo pagarlo y se me llena la casa de agua”.

La charla se terminó inmediatamente, unos vecinos que por allí pasaban se acercaron para preguntarle precios de un espejo y de un chulengo que venía armando, pero se quedó sin fierros por el costo que tienen comprarlos. Luego regresó y se disculpó, pero debía entrar los 52 productos que tiene para la venta porque tenía que dormir la siesta.

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