Opinión
Mirada política

La única verdad es lo que hacemos con la realidad

Carlos Sortino, referente de la Agrupación Municipal Compromiso y Participación.

Por Carlos A. Sortino (*), especial para NOVA

Necesitamos un Estado municipal que reconozca y pretenda superar su hoy escasa credibilidad en tanto foco de identidad colectiva y que, por reconocerla y para superarla, promueva una deliberación pública que indague y resuelva para qué tipo de sociedad se pretende que sea apto ese Estado.

Simplezas teóricas

A este sencillo concepto le damos el nombre de “inclusión política” y a su herramienta práctica la llamamos “gobierno participado”: un gobierno que abre sus puertas a la participación popular para el planteo, discusión, decisión y control de ejecución de políticas públicas, para discutir todo entre todos y arribar a decisiones compartidas, a través de foros de intervención ciudadana en cada una de sus áreas.

Cualquier obra pública debe ser diseñada y dirigida por ingenieros y realizada por trabajadores idóneos. Porque esta es una cuestión técnica. Pero su necesidad y oportunidad deben ser evaluadas por el pueblo en forma conjunta con sus representantes, a propuesta de unos o de otros. Porque esta es una cuestión política. El mismo concepto vale para cualquier política pública: salud, educación, ambiente, seguridad, producción, trabajo, etc.

Desde una perspectiva escéptica o conservadora, muchos interpretan que estamos hablando de un “Estado en asamblea permanente”. Pero no. Estamos hablando de un “Estado democrático en convocatoria popular periódica” para tomar decisiones, primero, y evaluar, después, la ejecución de esas decisiones.

¿Y qué hacemos, entonces, con nuestros representantes? Lo que hacemos siempre: elegirlos cada dos años para abordar las tareas ejecutivas y legislativas que les competen, además de ocuparse de la realización de todo lo que se resuelva a través de las políticas participativas que se desarrollen, en las que deberán intervenir junto al pueblo, en un pie de igualdad.

Imaginemos que formamos parte de un espacio público en el que podemos opinar y discutir con otros sobre cualquier política estatal: una vigente, que quiera modificarse, o una nueva, que quiera implementarse, o una que haya ideado cualquiera de nosotros. Imaginemos un debate así entre representantes y representados. Imaginemos que el resultado es vinculante…

Naturalezas políticas

La representación política se comprende hoy, mayoritariamente, como un sistema de principios y prácticas de designación de autoridades ejecutivas y legislativas, como una delegación del poder y la responsabilidad del pueblo en unos cuantos actores. Elegir a nuestros representantes en el Estado sólo es una periódica moción de orden: queremos que estas personas gobiernen y legislen en función de nuestros intereses, sin que nosotros intervengamos de ninguna manera en ese proceso (de paso, siempre le podemos echar la culpa a otro).

Pero esta delegación suele fallar y no puede reducirse la soberanía popular a un simple juego de azar. Porque si bien es cierto que una democracia representativa alberga contenidos democráticos y populares, que hasta pueden ser dominantes, también es cierto que alberga contenidos oligárquicos y autoritarios, que hasta pueden ser, igualmente, dominantes. En ambos casos, todo depende de la organización política que acceda al gobierno del Estado.

Esta “falla” del orden jurídico-político que nombramos democracia representativa, este reduccionismo de la soberanía popular, son características de la exclusión política de la gran mayoría de la población, que, por supuesto, no lo siente de esa manera, porque la ideología dominante sigue siendo la ideología de la clase dominante, gobierne quien gobierne.

La estructura de sentimiento de esta ideología dominante rechaza el concepto de que si cualquier política pública condiciona, directa o indirectamente, la calidad de vida individual y colectiva del pueblo, la intervención popular en su planteo, discusión, decisión y control de ejecución, debe ser el primer principio de un Estado democrático, pues ello encarna el reconocimiento del derecho de toda persona de poder intervenir e influir en la toma de decisiones que afectan su vida cotidiana.

Complejidades prácticas

Cualquiera del pueblo siente necesidades y expectativas de mediano y largo plazo en materia de organización política, económica y social, que no puede satisfacer, por lo que, al mismo tiempo, también siente resignación y se olvida del asunto. Para recuperar esa memoria, tenemos que aportar nuevas herramientas de intervención popular en la conformación de políticas públicas.

El Presupuesto Participativo es un ejemplo de lo posible, y a él se recurre espasmódicamente para “cubrir el bache”. Pero no se agotan con él todas nuestras posibilidades. Tenemos que diseñar herramientas institucionales que tengan por finalidad contener y desarrollar opiniones y propuestas surgidas de la ciudadanía respecto de leyes, normas administrativas y/o políticas públicas en general, superando los mecanismos consultivos, tornándolos vinculantes.

Pongámonos en situación: en cualquier política de participación ciudadana ponemos en juego la progresiva superación del individualismo, la fragmentación social y la desafección colectiva por la cosa pública, hoy dominantes en la sociedad, lo que, a su vez, puede orientar una trayectoria de reducción considerable de los márgenes de discrecionalidad política y económica de las autoridades formalmente constituidas y de quienes pretenden serlo.

Pero no hay que idealizar: cualquier política de participación ciudadana es también un teatro de operaciones políticas, que puede ser ganado por “aparatos” partidarios con el único fin de legitimar o erosionar socialmente al gobierno de turno. Allí reside su debilidad. Para transformar esa debilidad en fortaleza hay una sola condición: la intervención popular. Sin pueblo, no hay política: sólo dominación.

Es necesario, además, comprender que cualquier política participativa conmueve el núcleo fundamental de toda organización: quién toma las decisiones y cómo lo hace. Se trata de una redistribución del poder político, que tiene los mismos efectos, en sus actores, que tiene cualquier proyecto de redistribución del poder económico.

El contexto ineludible: cualquier gobierno (legitimado por el sufragio popular) hace lo que puede hacer para llevar adelante sus objetivos políticos, dentro de un contexto de disputa de intereses, que se articulan en diversas estrategias que van conformando relaciones de poder que favorecen y perjudican a unos y a otros.

Contra el sentido común

¿Hay, al menos, una pequeña porción de pueblo que tenga esta expectativa, que sienta esta necesidad? Casi nada, en términos cuantitativos. Quienes se sienten políticamente representados no reparan en estas cuestiones e, incluso, cuando se las menciona, escuchan con desdén o, lisa y llanamente, las bautizan como “estupideces intelectuales”. Y los que no sienten esa representación, se desinteresan de la “cosa pública”, se sienten ajenos a ella y no logran emparentar este sentimiento de ajenidad con la exclusión política.

Llevar adelante un programa de tales características supone, entonces, y contra la voluntad de cualquier organización política, gobernante o aspirante a serlo, y contra la voluntad de la mayoría de la población, se sienta o no se sienta políticamente representada, una revolución en la cultura política del pueblo. No hay realidad nueva con pensamientos viejos. Y no hay revolución cultural sin conflictos.

Es esta, para nosotros, una apuesta político-ideológica, como lo es cualquier otro proyecto político-ideológico, dado que todos ellos siguen transitando las vías de su desarrollo y ninguno ha logrado hasta el momento los resultados previstos.

Por lo tanto, ¿por qué no apostar a otra cosa? ¿Sólo porque es desconocida? ¿Sólo porque no nos ofrece ninguna seguridad? ¿Qué proyecto político-ideológico conocido (y experimentado) nos ofrece alguna seguridad?

Inclusión política que lleva hacia la igualdad social y la justicia económica. De esto se trata. Sólo necesitamos dirigentes con marcada voluntad política de llevar adelante estas transformaciones, una militancia preparada para sostenerlas y un pueblo dispuesto a experimentarlas.

Trascender la representación. Socializar la política. Está claro que no es nada fácil. Si parece mucho y difícil, es porque no lo estamos comparando con la realidad. O porque aceptamos la realidad como un límite y no como un punto de partida. La realidad no es la única verdad. La única verdad es lo que somos capaces de hacer con la realidad.

(*) Referente de la Agrupación Municipal Compromiso y Participación (COMPA): https://www.facebook.com/COMPALaPlata/.

https://www.facebook.com/CarlosASortino/

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