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Destacada figura del arte

Homenaje a Ricardo Dalla Lasta, "El Escultor"

“Para mí el arte fue y sigue siendo una forma de vida”, afirmaba Ricardo Dalla Lasta.
Su taller cobijó la cálida relación con familiares, amigos y vecinos.
Era un profesional de consulta en materia de restauración.
Una figura indiscutida del arte dentro y fuera de la ciudad.
Dalla Lastra recibió numerosos premios a lo largo de su trayectoria.
Los caballos prestaron identidad inconfundible a su obra.
La intensidad de los vínculos, también presente en la obra.

Este martes 7 de mayo se cumplen 83 años del nacimiento del eximio escultor Ricardo Dalla Lasta. Nació en Catamarca, el cuarto de diez hermanos de una tradicional familia de esa provincia. La Plata, luego lo adoptó como hijo dilecto. Y fue su segunda patria chica, donde vivió, formó su familia y murió en septiembre de 2023.

Poseedor de una imaginación privilegiada, su talento se manifestó prematuramente. Desde pequeño modelaba figuras con arcilla, jabón, masa, tallaba cualquier material que estuviera a su alcance, o dibujaba a sus hermanos, mientras éstos jugaban al fútbol. A veces, les pedía que posaran para representarlos en arcilla.

La orientación artística tuvo una definición temprana, constituyendo un rasgo familiar heredado de algunos tíos que de igual modo, cultivaron el arte. Afortunadamente, sus padres lo alentaron, y lo acompañaron al taller de uno de ellos: Hernando Dalla Lasta, destacado pintor y escultor. Advertidos de su incipiente talento, también fomentaron su participación en reuniones convocadas con artistas del noroeste, Cuyo y Buenos Aires, ámbitos donde su vocación se fue afirmando.

Pronto vendría la confirmación indubitable de sus dotes: a los 14 años ganó el Segundo Premio Escultura Provincia de Catamarca, luego adquirió otras distinciones en la misma ciudad. Sin duda contribuyó a su formación haber sido ayudante de Roberto Gray, quien le transmitió algunas características propias de la talla en madera, técnica que tan bien dominaba ese artista.

Concluidos sus estudios secundarios, se trasladó a la ciudad de La Plata para emprender sistemáticamente estudios de arte. Entonces conoció a Virginia de Santibañes, y juntos formaron una familia que se prolongó en cuatro hijos y siete nietos.

Tuvo maestros de gran valía como Aurelio Macchi y Antonio Pujía, quienes con certero criterio lograron guiarlo en el camino que profesionalmente estaba iniciando, y por los que siempre mantendría gratitud y admiración.

Se graduó como Profesor Superior en Escultura, y pronto inauguró la otra afición que signaría su vida: la docencia. Durante más de 40 años prodigó generosamente su saber en la Facultad de Arte, en el Bachillerato de Bellas Artes, en la Escuela Provincial de Arte de Magdalena y en la Escuela de Arte de Berisso, donde también ejerció como director. Tarea que alternó siempre con su taller, un reducto diseñado por él en el parque, como prolongación del hogar: Amplio, luminoso, tan apto para la creación y sus elevadas aspiraciones.

Algunos de sus mejores alumnos fueron convocados para colaborar con él, al tiempo que les infundía su pasión por el arte. Hablaba de la inspiración que determinaba sus obras, sobre todo cuando se trataba de piezas chicas, fruto de su atenta observación: niños jugando, abuelos con sus nietos, bailarinas, animales en movimiento… Los caballos, por los cuales siempre sintió admiración, prestaron identidad inconfundible a su obra, destacándose las esculturas ecuestres.

Su otro lugar en el mundo, además del taller, fue la villa veraniega de Catamarca, la cual visitó frecuentemente junto a su propia familia, hermanos, familiares políticos y sobrinos. Un sitio, en donde las montañas y los ríos se unen. Allí pescaba, cabalgaba y disfrutaba de la naturaleza, sin dejar de lado el arte, pues en cualquier ámbito, tomaba el lápiz y bosquejaba a los habitantes u objetos de su entorno. Aun sin electricidad, por la noche, cuando sus hijos y sobrinos eran niños, los reunía bajo la luz del farol o de las estrellas, para contarles las historias de Isidro Sanduay y su mula. También se juntaba en guitarreadas con amigos de su tierra natal.

Su obra “El monumento al gaucho” se ha constituido en un icono de la ciudad, que recibe a quien llega con la mirada acogedora de los hombres del interior. No es la única escultura emblemática que engalana el casco urbano, hay muchas, como por ejemplo: “Las manos”, “El busto del general Manuel Belgrano”, “El monumento a Mariano Moreno” y otras. Además de aquellas emplazadas en exteriores o dentro de instituciones, tales como: “Monumento a la Madre”, en la Escuela Anexa de la U.N.L.P. “La sembradora de maíz y la recolectora de papas”, en el Museo de Ciencias Naturales. Otra de sus grandes obras fue “El centauro Quirón”, anteriormente emplazada en el Centro Oncológico de Gonnet, que lamentablemente fue vandalizada. Convocado para dirigir su restauración, no pudo hacerlo por su estado de salud, ni explicar el procedimiento para lograr una labor fehaciente.

Era un profesional de consulta en materia de restauración. Asignaba gran importancia a la técnica empleada para lograr un trabajo fidedigno: la utilización de lupas y en mayor grado, respetar la impronta del artista, prescindiendo de la propia. Participó en restauraciones como la de “Los Púgiles”, de la Plaza Moreno, y en “La fuente de Las Nereidas”, en Tandil, entre otras.

Representó a la Provincia de Buenos Aires y al país en diferentes acontecimientos culturales. Recibió numerosos premios, de los cuales cabe destacar algunos que ocupan el primer puesto: “El monumento al gaucho”. “Monumento símbolo Petroquímica Mosconi”. “Monumento a Mariano Moreno”. “Busto de Juan Domingo Perón” (emplazado en Nicaragua: parque de los presidentes americanos). Ganador del concurso de maqueta y proyecto a “Fray Mamerto Esquiú”. “Caballo de Guerra” (emplazado en Campo de Mayo). “Chacho Peñaloza” (La Rioja). “Monumento ecuestre al Brigadier Juan Manuel de Rosas” (de 4 metros de alto y 3,50 de ancho, en la plaza Intendente Seeber, Avenida del Libertador y Sarmiento, Palermo.

Otras de sus obras: “Busto al doctor Julio Herrera” (Catamarca). “Busto a Emilio Hardoy” (Jockey Club de Buenos Aires). “Escultura retrato a Magnum” (caballo árabe, Buenos Aires). “Busto de don Arnoldo Castillo” (Catamarca). “Monumento al Soldado Patricios”, un bronce de cuatro metros de altura (Palermo). Entre otras, además de las esculturas sobre su propia familia.

Asumió la representación del país en eventos internacionales: Canadá (1983). Italia (1986). España (Expo-Sevilla 1992) autor de la alegoría: “Los alimentos que América brindó al mundo”.

Además de integrar el patrimonio artístico de la ciudad, sus obras se encuentran en instituciones, museos, galerías de arte y colecciones privadas.

Su espíritu creativo se mantuvo enhiesto hasta el fin de sus días. Su taller cobijó la cálida relación con familiares, amigos y vecinos. “Para mí el arte fue y sigue siendo una forma de vida”, decía, consigna que marcó hasta su cotidianeidad cuando modelaba figuras con miga de pan.

Sentidas palabras de su hija, Cecilia

“Nada”

Cielo estrellado, campo de margaritas

chirrido de murciélagos, crepitar de chimenea

ruido de espíritu antes de partir.

Siento tu luz. Cálida, dorada

con ese resplandor que calma

como esa mirada que perdura.

Las estatuas continúan observando

y cuando el mundo finja ignorarte

reafirmaré tu nombre, tu trayectoria,

tu legado. Mi admiración.

“Lo importante es el alma”, volveré a decirte

igual que en ese instante,

cuando en zambas, sonaron rasguidos de guitarra,

cuando cada moneda perdió su valor.

El viento de montaña, el barullo del río

el de los vasos de la tropa galopando cuesta arriba

la casita en orden y el mantel de flores naranjas.

Las ventanas abiertas para mirar hacia el bajo.

Y el sonido del caudal trepando la loma

el de los coyuyos.

Aire de lluvia, o de temblor.

Los aromas y las voces confundidos.

“Estamos todos”, te dije. Pero no quedaba nada.

Gracias

Como dice tu nieta Martina: mejor abuelo y mejor escultor;

y como agrego yo: mejor papá.

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