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El Lobo y el Pincha no se sacaron diferencias y el clásico terminó 1-1 en el Bosque

Gimnasia luchó hasta el final y consiguió el gol del empate en un partido que parecía iba ser para Estudiantes en el Bosque.

Empataron 1-1 en el Bosque; se imponía el Pincha con el gol del lateral Leonardo Godoy y lo igualó Erik Ramírez en la jugada final

A veces se dice que equis, cualquiera sea, “no es un clásico más”. Y la verdad es que ninguno es uno más. Están los históricos y los importantes. No hay clásicos oficiales intrascendentes. Y, éste, el de La Plata, porta varias dosis de pasión. Se juega por los puntos y se juega, además, por el honor de la ciudad. Por eso Gimnasia gritó tanto el gol agónico, que significó el 1-1 contra Estudiantes en la última jugada. No fue por la unidad conseguida. Si bien el Lobo necesitaba ganar, la igualdad cuando todo se esfumaba trastocó la ecuación. Al Pincha, que de antemano miraba el empate con cierto cariño, el tanto de Eric Ramírez le sacó el festejo de las manos. El equipo de Ricardo Zielinski ganaba hasta el último segundo por el grito de Leonardo Godoy y el conjunto de Néstor Gorosito le arrebató la celebración.

Antes de esa explosión de emociones, hubo un partido. Y de entrada se notó que los dos querían ganar. La especulación no fue parte de las estrategias. Ambos salieron a la cancha con el plan de imponer condiciones. De perforar a la defensa rival y acercarse a su área.

Sin ser el show del clásico platense anterior, un 4-4 vibrante que tuvo ocho goles y cinco de ellos en el primer tiempo, el trámite resultó entretenido. En el capítulo inicial hubo muchas situaciones claras y si terminó con ventaja mínima para la visita fue por la soberbia actuación de los arqueros. Rodrigo Rey sostuvo a Gimnasia y Mariano Andújar hizo lo propio con Estudiantes.

Los sistemas ofensivos funcionaron; de un lado y del otro. Generaron ocasiones como para que la primera mitad finalizara con goles. En plural. Pero ellos, los que cuidan los arcos, tenían otros planes. Durante más de media hora, de hecho, se convirtieron en frontones imposibles de franquear.

Hasta que apareció Gustavo Del Prete y rompió el molde. Tras un lateral por la izquierda, el delantero se escurrió por la banda y después contó con la serenidad como para pensar la resolución de la jugada: pase al medio y definición de Godoy para el 1-0. El Bosque, el caluroso, repleto y colorido Bosque, se enmudeció. El empate, hasta ahí, era justo y ese gol generó un molesto signo de interrogación.

Y unos minutos más tarde, Del Prete casi convierte el segundo. El atacante enganchó una y otra vez y luego, cuando quedó de frente al arco, la quiso colocar y la mandó muy arriba.

En el complemento todo, de principio a fin, fue del Lobo. Acorraló al Pincha, hizo méritos, demostró sus carencias y finalmente –cuando el partido finalizaba– consiguió lo que era razonable: empatar el encuentro.

Antes del desahogo, del alarido final, Gimnasia dispuso de varias posibilidades de alcanzar la igualdad. Johan Carbonero rompió la defensa con una corrida, pero se demoró en la ejecución y lo cerraron. En la siguiente acción de peligro el ingresado Ramírez ganó bien de arriba y cabeceó desviado. También lo tuvo Cristian Tarragona, que halló una pelota huérfana y reventó el travesaño.

Y en la última, literalmente la última bola, el Lobo encontró lo que merecía: remate de media distancia de otro que había saltado desde el banco, Benjamín Domínguez, y primer error de Andújar en la tarde. Al arquero se le escurrió y Ramírez la mandó adentro. El Bosque, de repente, se transformó en un sonido potente. El sonido le ganó a la imagen. Fue un estruendo. Y fue, también, un acto de justicia.

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