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Relato de una familia

Vivir para contarla: la inundación en primera persona

Marcas. Como las rayas negras que quedaron en las paredes de miles de hogares, los que sufrieron la inundación recordarán por siempre aquellas horas en que el agua los amenazó de muerte.

Martina, Sergio y Susana han compartido a lo largo de su vida miles de momentos, algunos más gratos que otros. Sin embargo, hay uno que los marcó para el resto de su vida: la inundación de La Plata. NOVA rescató una vivencia de las tantas que se tejieron entre el 2 y 3 de abril de 2013 cuando una intensa lluvia anegó la ciudad de La Plata y dejó relatos sin precedentes en la historia de la capital de la Provincia.

Un sueño

Las ganas y la alegría de vivir en la gran ciudad se disiparon para Martina luego del trágico temporal. Había llegado desde Ayacucho a la capital bonaerense en febrero de 2013 a estudiar Licenciatura en Turismo. Como todo estudiante proveniente del interior, esperaba que la ciudad le marcara un camino de nuevas oportunidades, de la mano del crecimiento y la maduración que te da la experiencia de lanzarse a la vida y animarse a ser un poco más independiente de los padres.

En eso andaba cuando el 2 de abril por la tarde, tras lavar la ropa y limpiar el departamento que habitaba en el barrio Norte de La Plata, el agua que fluía por la rejilla del baño la comenzó a preocupar. Un llamado bastó para que dos de sus tíos paternos acudieran en su ayuda desde la zona oeste de la ciudad.

Un logro

Tras muchos años de esfuerzo Susana y Sergio habían logrado comprar a principios del 2013 un minibús, que por aquellos días de abril esperaba que el municipio de La Plata lo habilitase para ser utilizado como transporte escolar. En rigor el rodado era, ni más ni menos, que una herramienta de trabajo.

El llamado de su sobrina no los había sorprendido, porque la comunicación era muy frecuente, y aunque el tono de preocupación de la joven fue leído como exagerado, no fue desestimado. La lluvia en Melchor Romero también era intensa, pero se escurría como tantas otras. Por lo que salir en el minibús a la búsqueda de Martina para transmitirle tranquilidad y compañía no se puso en discusión, más teniendo en cuenta que se trataba de uno de los primeros usos que harían del vehículo.

Un mal recuerdo

El agua en el departamento de Martina muy pronto superó los veinte centímetros. Las primeras luces del otro día demostrarían que el nivel había superado el metro veinte. Entre nervios y angustia comenzó a ver fracasar los intentos por secar la casa y por salvar de la humedad algunos muebles. Desde el otro lado del teléfono confusas recomendaciones le pedían que pusiera las compuertas, que protegiera electrodomésticos y que se calmara que la ayuda iba en camino.

Un sorpresivo río interrumpió el camino de Sergio y Susana en la avenida 32 a la altura de Estadio Ciudad de La Plata. De pronto el agua pudo más que la potencia del flamante minibús y la humedad en el motor lo detuvo para siempre. Varados por una correntada que ya comenzaba a acarrear lo que encontraba a su paso, los planes de rescate cambiaron. Ya no llegarían sobre ruedas a buscar a Martina, sino que deberían encontrarse en un punto intermedio lo más rápido posible.

El aviso de los nuevos acontecimientos angustiaron a Martina. Suponiendo que la humedad arruinaría sus zapatillas, optó por unas ojotas que luego serían robadas por la correntada. Ayudada por un palo y con la mochila en sus hombros, conteniendo apuntes, el celular y algo de ropa, se animó a abrir las tres puertas que la separaban de la calle, atravesar un pasillo de 40 metros y poner sus pies en la vereda. El agua en la cintura la hizo dar cuenta que nunca antes había vivido una situación similar y las lágrimas no tardaron en llegar. Cinco cuadras la separaban del punto de encuentro. Cinco cuadras de río. Cinco cuadras que conocía al dedillo, pero que esa tarde desconocía.

Susana decidió que sería ella quien saldría al encuentro de Martina. Sin embargo la fuerza del agua, un traspié en el camino y el miedo la hizo desistir y volver al amparo del colectivo. Sergio abandonó su posición de conductor de un rodado que ya no volvería a funcionar y salió a la búsqueda de la joven. Fue el trayecto más largo jamás caminado.

El punto de encuentro era 13 y 32. El cruce de calles y la correntada los enfrentó a un desafío jamás vivido. Debían alcanzarse sin tropezar ni caerse, porque de lo contrario su vida estaría en riesgo. Un suspiro tras el encuentro selló una angustia que era compartida y que recién muchas horas después finalizaría.

La noche más larga

Mojados por completo arribaron al minibús y entre lágrimas tía y sobrina se fundieron en un abrazo. Mientras esperaban que cesase la lluvia y mirando de reojo cómo subía el nivel de agua dentro del rodado, desde las ventanillas del micro presenciaron con zozobra cómo un hombre sujetado a un poste pedía a gritos ayuda y era socorrido con una soga extendida desde un edificio.

La espera en el interior del bus se extendió por más de nueve horas. La poca señal en los celulares hacía más angustiosa la espera y cuando el frío ya comenzaba a apoderarse de sus cuerpos, un camión los rescató y los llevó a un centro de evacuados. Recién ahí, alrededor de las tres y media de la mañana, cuando pudieron colgarse del vehículo y despegar sus pies del agua, entendieron que estaban a salvo.

Un año después

Recordar aquella noche, aquellos días, entristece y duele hasta aquel que no lo vivió. Es tanta la impotencia de no haber podido evitar el desastre, que rememorar el temporal estremece hasta las lágrimas.

La inundación golpeó hondo a Martina. Su ropa, sus libros, sus recuerdos de familia, su rutina fueron arruinados por el temporal. Sólo se salvaron de la inclemencia del agua el retrato de su padre y la muda de ropa que había lavado antes de que su casa se anegara. Aún no sabe por qué fue lo único que puso al resguardo sobre la mesa.

Semanas después, cuando La Plata comenzaba a retomar de a poco su rutina, decidió que abandonaría la facultad y meses después dejaría la ciudad para retornar a sus pagos y desde ahí elegir otros proyectos, otros destinos, otros caminos.

Sergio y Susana recuperaron la tarde del 3 de abril su herramienta de trabajo. Sin embargo, aún no pudieron utilizarlo para tal fin. Mecánicos oportunistas e insensibles se aprovecharon de la desesperación y el vehículo maltrecho por el agua descansa todavía en un taller a la espera de nuevos ahorros que paguen por su arreglo.

Martina, Sergio y Susana agradecen a la vida la oportunidad de poder contarlo. Pero como las marcas negras que quedaron en las paredes de miles de hogares, sus almas y sus cuerpos recordarán por siempre aquellas horas en que el agua los amenazó de muerte.

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