Literarias
Cuento breve

Sin caretas

Mientras comía torta parrilla observaba su ropa cubierta de lodo y sin uñas esculpidas. (Dibujo: Fernando Rocchia, especial para NOVA)

Por Mariela Battistessa, especial para NOVA

Soy Lucía y hoy comienzo una nueva vida.

Costaba creer que fuera la misma chica elegante, fría y vestida impecablemente con la última prenda de moda. Se había esforzado tanto en agradar y ser aceptada, que ocultaba su vulnerabilidad.

Tenía que reconocer que su situación económica, había cambiado repentinamente como su empleo.

Ya no podía permitirse comprar nada importante, al menos por un tiempo. Ni siquiera alguna nadería atractiva que pudiera añadir un toque a su vestuario.

Cerró los ojos para apartar de su mente los zapatos lilas que había visto la semana anterior. Eran espléndidos. De alguna manera, reflexionaba Lucía, sucedía que cuanta más ropa poseía, más agujeros había en su ropero.

Ya no tenía auto así que decidió viajar en un remis ilegal para concurrir a su trabajo o llegaría tarde. Se cansó de esperarlo pero nunca llegó. Tuvo que avanzar por el barro hasta la parada de colectivos.

Mientras caminaba, pensó en comprar algo para desayunar. Ya no podía darse muchos lujos así que pasó por el “supermercado chino de Chaqui”, que siempre hacía descuentos con la mercadería vencida: “Chaqui no tirar nada, borrar fecha de vencimiento y vender, argentino hombre tonto”, decía siempre la china.

Pero Lucía optó por comprar en un puesto de la calle, para no gastar mucho dinero. Eligió una masa llamada “torta a la parrilla”. - ¿Engorda? le preguntó a la vendedora.

Atrás habían quedado aquellos tiempos en los que podía ir al centro de Estética y hacerse electrodos, bótox capilar y cama solar. Ahora creía que su rostro se parecía al de Termineitor, pero después del Cólera, Dengue y Chikunguña. -¡Qué tristeza, no me dejan ser de la plebe!, bromeaba.

Decidió apurarse al observar que su colectivo se acercaba, pero se resbaló y terminó cubierta de verdín oloroso. Se levantó enseguida, permaneciendo inútilmente con su brazo levantado en la Avenida. En ese estado no la llevaban.

Después de una hora, sólo un chofer se compadeció de ella. Al subir, tuvo problemas para sacar su boleto. Es que nunca había usado el transporte público. Su tarjeta no marcaba. -Más arriba, más abajo, dejala un rato así, sí me gusta. Le indicaba el chofer. -¡Pero qué me querés decir!, e grita Lucía. La sorpresa del conductor al escucharla era sincera. Avergonzado al ver que el resto de los pasajeros lo miraba con desprecio, no habló más.

Estaba roja como un tomate. Al menos ya tenía su boleto.

Mientras viajaba miraba su celular conectado al wi-fi público. -Qué tristeza-, pensaba, tampoco veía mensajes de sus supuestas amigas.

Ya no lloraba. Sería ella misma a partir de ese día. Comprendió que aceptar su vulnerabilidad era exponer su verdadera identidad de frente, sin arreglos superficiales ni máscaras. No le importaba lo que pudieran pensar de ella.

Mientras comía torta parrilla observaba su ropa cubierta de lodo y sin uñas esculpidas. Al otro lado de la Avenida, los anuncios luminosos de las tiendas comerciales parecían hacerle señas.

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