Opinión
De ayer y de hoy

Las bulas

María del Carmen Taborcía, abogada y escritora.

Por María del Carmen Taborcía (*), especial para NOVA

Suele usarse para documentos pontificios, expedidos por el papa o la Cancillería Apostólica, donde se trata de materias relacionadas con la fe, concesiones de gracias o privilegios, entre otras.

Las bulas podían eximir a alguien de cumplir una carga u obligación impuesta por la Iglesia, o conceder derechos especiales. Las bulas se compraban con dinero, de allí que solo estuvieran al alcance de los más ricos y poderosos.

Recuerdo una anécdota familiar al respecto: en la España de los años 1930 y 1940, en el pueblo de mis antecesores, el viernes santo no se podía comer carne, constituía un pecado, pero si se le pagaba la bula al cura podía entonces ser ingerida y ya no se pecaba.

El historiador español Juan Eslava Galán evoca una historia de su pícara niñez: “A mí me mandaba mi madre a comprar la bula para la Cuaresma y yo buscaba en el cajón la del año anterior y me quedaba el dinero”.

La Bula de la Santa Cruzada, así era su denominación, nació en el año 1509 y se sostuvo hasta el año 1966, en el cual la Conferencia Episcopal anunció su desaparición definitiva. En esa década se produjo una relajación de las costumbres que coincidió con la emigración de obreros españoles y la llegada del turismo.

España, en esas fechas de resurrección, pasaba por el ayuno y la abstinencia. Si se comía por descuido embutido y no se habían hecho con una bula, iban directo a confesión. Inevitablemente la adquisición del privilegio se convirtió en un indicador de "estatus social” y se hacía ostentación de él.

La clase media era la que más cumplía con la “vigilia”. Se comía poco y mal en los pueblos, ya que el pescado llegaba con dificultad. Se debía, además, vestir de forma modesta, dar limosna, velar (privarse del sueño), abstenerse de diversiones e incluso de hacer vida social.

Esos hábitos impuestos, se daban también en nuestro país, y al igual que sucedió en España, se fueron atenuando. Algunos creyentes continuarán con ciertas prácticas, pero de las bulas nada queda.

Aunque pensándolo bien, el término “bula” proviene del latín “bulla” que significa burbuja y mi memoria me trae al presente su faceta económica, como fenómeno especulativo inestable que perjudicó mayoritariamente a la clase media.

Y hablando de esta, por qué no decir también que es a la que se le exige con mayor vehemencia el sustentar con sus recursos monetarios, un sistema políticamente perimido, y sin ambages expresar los cuantiosos privilegios que tienen las personas ricas, pecuniariamente hablando, que pueden desligarse de cualquier deber en cualquier momento. Las bulas no existen, pero que las hay… las hay.

(*) Abogada y Escritora

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