Literarias
Historias del hombre solo, triste y abandonado

Ella regresa cuando llueve

El hombre solo, triste y abandonado. (Dibujo: NOVA)

Cada lluvia, cada gota de agua en el atardecer, cada tormenta, cada arcoiris, y cada rayito de sol que asoma entre las nubes, le recuerda a ella, a Taty, la de los ojos maravillosos capaces de deslumbrar hasta la persona más inalterable, y esa belleza, por Dios, cuánta belleza.

Le relataron al hombre solo, triste y abandonado que aquel que se creía el más fuerte entre los mortales, no pudo resistir el brillo de esas pupilas que destilaban luz, vida y alegría, y se dejó llevar por esos enormes luceros, que –más tarde lo descubrirá- lo cautivarán eternamente.

Y cuentan que fue una tarde lluviosa de aquel 11 de enero, él la amó con furia, transformando toda esa dicha en obsesión, sin reconocer del todo que ella se había apoderado de su ser eternamente, pues los hombres como él son reacios a aceptar sus sentimientos, y a veces se quedan sin nadie, precisamente, como el hombre solo, triste y abandonado.

Un día estuvo a punto de perderla, y se dio cuenta a partir de esa amarga experiencia, que no podría dejar de amarla, y entonces se propuso conquistar para siempre su corazón, como sea, apelando a los más nobles de los recursos, cuidándola, abrazándola, y protegiéndola como nadie lo hizo jamás con Taty.

Tal es así que, habiendo logrado su propósito, la cobijó con su manto y la cubrió de pétalos de rosa. Y ella nunca más se alejó de él. Dicen los sabios que el amor todo lo puede, y seguramente ese sentimiento hermoso hace que cada vez que llueve, ella empape de alegría el corazón de ese hombre que no conocía de debilidad alguna, y ahora es esclavo de esos ojos tan pero tan perfectos y maravillosos.

Cuánto te amo, oh, mi amor, cuánto te amo, asegura feliz cuando una gota le cae del cielo. Porque ella, como ese imborrable 11 de enero, regresa con la lluvia.

El hombre solo, triste, y abandonado, sonríe tímidamente cuando alguien le cuenta el suceso, y espera ansioso la próxima tormenta, pues sabe que quizá luego de esos negros nubarrones, puede que salga el sol, y le traiga la felicidad que tanto anhela. Ojalá.

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