Opinión
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El ayer y hoy de la ciudad de La Plata: a 131 años de su fundación

La ciudad dejó de ser aquella ciudad baja del pasado.

Por Roberto G. Abrodos (*), especial para NOVA.

El 19 de noviembre de 1882 se colocó la piedra fundamental de la ciudad de La Plata, hoy asiento del gobierno de la provincia de Buenos Aires. La ceremonia fue solemne, y se realizó en presencia de las autoridades nacionales y provinciales y de una concurrencia formada por muchas miles de personas que se trasladaron en trenes expresos desde los diversos pueblos de la campaña.

Aquel 19 de noviembre fue un día de fuego. Los galpones y otros reparos improvisados no bastaron para proporcionar sombra a la enorme multitud. La falta de agua se hizo sentir en forma molesta y el viaje de regreso ofreció serias dificultades. En breve plazo se iniciaron los trabajos que debían transformar aquellos hermosos y desiertos campos de Iraola en una espléndida ciudad moderna.

La obra reclamaba grandes recursos e incansable actividad. Aquellos no faltaron y esto asombró a propios y extraños. Ingenieros, arquitectos, constructores y obreros formaron, por su número y su disciplina, un verdadero ejército movido por la voluntad férrea del fundador. La tarea de abrir calles, de construir edificios oficiales y privados, no tuvo tregua.

El Departamento de Ingenieros instalado en un galpón ubicado en la manzana que ocupa hoy la Casa de Gobierno, era un centro inusitada actividad. El gobernador Dardo Rocha, instalado en la antigua casa de la estancia, en el bosque, recorría las construcciones de día y de noche, estimulando a los operarios y a sus jefes.

Según la voz popular, aquel funcionario no dormía mientras permanecía en La Plata. No obstante los cuantiosos recursos y la actividad desplegada, los trabajos no satisfacían al gobernador y en la medida de sus deseos, por dificultades que surgían a cada paso. El ferrocarril de la Ensenada, con escaso movimiento, con días en mal estado, con reducido número de vagones, no podía satisfacer las grandes necesidades del momento.

Los descarrilamientos de los trenes de pasajeros y de carga se producían con una frecuencia extraordinaria. En el viaje hasta la Ensenada se invertirían hasta tres y cuatro horas. El camino blanco desde la Ensenada a Tolosa se hacía a caballo, en carruaje, en carros, o en cualquier forma que permitiera su estado más o menos pantanoso, según las variaciones del tiempo.

Los funcionarios y empleados no creían en la eficacia de los trabajos que con tanto ardor venían a realizar, no eran pocos los que decían: “Esto no será nunca la capital de la provincia”. Puede afirmarse que el único que sinceramente creía en ella, era su fundador. Sin embargo, la ciudad iba adquiriendo forma a medida que el tiempo avanzaba. Las líneas de comunicación mejoraron. La Ensenada fue ligada a Tolosa y, más tarde, el ramal a esta última estación, desde Pereira, acortó la distancia.

Un buen día los incrédulos funcionarios recibieron orden de iniciar las tareas en la nueva ciudad. El Gobierno les proporcionó alojamiento en casas de madera adquiridas en Norteamérica. La situación no era muy agradable, pero había que cumplir el mandato.

Calles recientemente abiertas, con numerosos pantanos producidos por el intenso tráfico, falta de alumbrado, de lugares de distracción, originaban frecuentes protestas que se dejaban sentir en las mismas oficinas. Las noches sin luna obligaban a los transeúntes a andar acompañado de un buen farol.

Así se explica que el sábado fuera un día ansiosamente esperado y el lunes el menos simpático de la semana para la mayoría del personal, que contaba con recursos y se trasladaban a Buenos Aires para visitar a la familia y variar de comida y de panorama.

El viaje duraba de tres a cuatro horas y los pasajeros no protestaban tanto como ahora, cuando el tren invierte una hora. En diez años la ciudad tuvo un desarrollo portentoso, para cada una de las principales reparticiones se estaba terminado un palacio con las comodidades necesarias. La acción privada correspondió a la oficial. Una prueba de la celeridad con que se trabajaba puede estimarse por la construcción del edificio de propiedad particular del gobernador Dardo Rocha, que sirvió de estimulante ejemplo.

A los 40 días de iniciados los trabajos la casa estaba en condiciones de ser habitada. Hay algo más fundamental que decir al respecto, La Plata es la primera ciudad del mundo que tuvo escuelas y maestros antes que niños en edad de recibir educación. La Dirección General de Escuelas, a cargo del Doctor Nicolás Achaval, cumplió los deseos del gobernador e hizo construir dos casas de madera, en la manzana triangular situada frente a San Ponciano con salones para clases y habitaciones para los maestros.

Terminadas las instalaciones y nombrado los directores, se observó que en el radio de la nueva ciudad no había niños.

La población, muy numerosa, estaba formada por hombres solamente. Pero como no era posible gastar dinero sin ninguna compensación, se solicitó el concurso del juez de paz Don Carlos Fajardo para que utilizara un transporte que condujera a niños de aquel lugar hasta la escuela y los devolviera a sus domicilios una vez terminada las clases. En atención a la distancia y al mal estado de los caminos, las clases se dictaban con la irregularidad consiguiente.

Hoy, a 131 años de su fundación, la ciudad tiene un tinte universitario y esencialmente oficial, es una capital administrativa con muchos empleados provinciales. La ciudad dejó de ser aquella ciudad baja del pasado, la capital cuenta con numerosos edificios de altura, más de los necesarios y en algunos aspectos ha cambiado para bien, la totalidad de sus barrios está asfaltada. Pero es necesario mantener su forestación y preservar sus edificios fundacionales y mantener las ideas de sus fundadores.

(*) La Plata la Ciudad Mágica

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