Opinión
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17 de octubre: lo indecible de lo popular

17 de octubre, Día de la Lealtad.

Por Kolina La Plata, especial para NOVA.

Hay conceptos que difícilmente pueden comprender tras su armazón sintáctica, el vasto conjunto de mundo vivido y por vivir que pretenden sintetizar. Y, acaso, ese es tal vez su problema de origen: la precariedad, lo perentorio de algo que es mucho más complejo y rico que lo que el concepto puede exhibir.

No es que las páginas confeccionadas en escritorios de academia no sirvan; son solamente la carcasa instituida por una serie de reglas y métodos que, de no ser respetadas, te excluyen con bonete en el rincón de la execrable pseudo teoría social. Preguntémosle sino a Arturo Jauretche. Es por este motivo que decir algunas palabras acerca de "lo popular" en el contexto de lo que significa para nosotros el 17 de octubre, es una tarea por demás complicada.

Aunque, claramente, esa fecha puede ser analizada desde sus múltiples aristas y, según cuál sea la escogida, entonces podemos conceder espacio para la teoría. Pero si lo que queremos es, siquiera, figurar de algún modo ese olorcito poliaromático de plaza popular, la tarea resulta inenarrable.

Vayamos por esta hipótesis: solamente ahí, en esa plaza (no porque queramos mostrarnos clásicos, atenienses, pro ágora, sino porque es la plaza del 17 de octubre lo que nos convoca en estas líneas), "lo popular" cobra sentido y se resuelve en el poder instituyente de quienes históricamente han quedado excluidos del poder político. Esa es la resolución del ritual popular.

Volvamos sobre nuestros pasos. En las comunidades tribales, los rituales comunales están dedicados a las deidades que sintetizan la razón de ser de los lazos que mantienen unidas a las tribus. Incluso, la ofrenda sacrificial que se "ofrece" a esas deidades, es de características tan particularísimas que debe representar al conjunto de la comunidad para ser tal, y debe, a su vez, ser lo suficientemente diferente como para llevar consigo las características distintivas de aquello que lo vuelve único. Lo importante aquí, es notar que no se trata de un ritual de Estado, sino que es allí mismo donde el Estado se hace presente.

Repitámoslo: el Estado "es" ese ritual como el punto más alto de comunión, y esa ofrenda preciada que la comunidad ofrece a su salud y bienestar. Si alguien está pensando ahora en Evita y Néstor, empezamos a entendernos. Entonces, si no nos desviamos demasiado de lo que veníamos diciendo, la plaza del 17 de octubre es mucho más que la manifestación espontánea de los trabajadores que fueron a reclamar la libertad de su líder político. Y, aunque fuera solamente esto último, también es cuestión analizable que mientras la oligarquía viese con horror la presencia de caras acartonadas y manos corroídas, los periódicos socialistas y comunistas dijeran que se trataba de lumpenproletariado, y no de verdaderos trabajadores.

Poco menos que la escoria social. "Los verdaderos trabajadores no atacan las instituciones ni vociferan improperios a los estudiantes", dirían oportunamente en un lenguaje algo pacato. Pero está bien, ellos ya estaban incluidos dentro del sistema y la lucha por el poder político. El problema era entonces, quién estaba dispuesto a hacer una fuente lo suficientemente grande como para que más gente pudiera meter sus patas en ella. Y no solamente ese, sino peor aún, qué hacían quienes tenían allí sus pies atendidos por expertos pedicuras, con aquellos que tenían hongos, callos, piel oscura. Una opción era sacarlos delicadamente por algún tiempo; sólo por algún tiempo.

Volvamos al 17. Allí se acuñó la frase "mañana es San Perón, que trabaje el patrón". El 18, que era el día de huelga declarado por la CGT, se convirtió luego de los sucesos del 17, de las palabras de Perón a su pueblo desde el balcón, en un día festivo. De un día de lucha y resistencia, a un día de fiesta. El día de la lealtad, no solamente a su líder que no es más que la ofrenda más preciada del pueblo, sino al proyecto nacional y popular más inclusivo del que se tenga memoria en estas latitudes.

Será por eso tal vez que todavía hoy resulta tan sugerente, tan comunal, llevar a cabo una obra escultórica magnánima como "El coloso" de Avellaneda. Ese descamisado gigante que avanza sobre el Riachuelo desde la zona sur del Conurbano bonaerense, no casualmente -suponemos- lleva en sus manos la ofrenda más entrañable: el busto de Evita.

El 17 de octubre es, para la gran mayoría de nosotros, el origen, el grado cero de la comunión popular con la participación por la lucha del poder político. Pero además de eso, es mucho más de lo que podemos decir. Intentar sublimar todo ese vaho etéreo en palabras, es también un intento por precarizarlo. Las plazas están para ser vividas, disfrutadas, compartidas, pero también para ser profanadas cuando grupos privados de poder quieren aislarlas del pueblo. Más patas y más fuentes es una posible bella imagen para un 17 de octubre.

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