Opinión
Economía

Los licuados

María del Carmen Taborcía, abogada y escritora.

Por María del Carmen Taborcía (*), especial para NOVA

Se conoce con el nombre de licuado a toda aquella preparación de frutas, verduras, cereales, que han sido procesadas y batidas con algún líquido, como agua o leche. Estos pueden ser tanto dulces como salados.

El licuado se sirve popularmente en bares y cafeterías de Argentina. El preparado consta de una base líquida a la que se agrega la pulpa de frutas y azúcar. Sobre la base de leche, se preparan licuados de banana, manzana, durazno, frutilla o tutti frutti. Con agua se preparan licuados de naranja, ananá, limón, cereza.

También existen licuados con adición de crema de leche, o helados de vainilla, chocolate o de café. Licuar, en definitiva, significa convertir en líquido algo que es sólido.

En economía, la licuación implica reducir el peso de algo, de modo que sea más digerible, más pasable, más liviano. Visto de esa manera, licuar no emula ningún atributo de la buena cocina: significa hacer por las malas lo que no se puede hacer por las buenas.

Hay dos maneras directas de licuar: una es haciendo que la inflación crezca por encima de lo que suben los gastos, con lo cual el peso de este se relativiza; y la otra, más directa y brutal, es devaluando. Eso hace que, en términos de dólares, todos los gastos que están en pesos se achiquen: se vuelven más líquidos, más digeribles.

Los millones que han ingresado del Fondo Monetario Internacional rinden mucho más si la economía está licuada. Pero ¿qué licua el Estado? Lo primero es el déficit fiscal. El Presupuesto 2018, antes de la “gran devaluación”, preveía un déficit primario de casi 400 mil millones de pesos.

¿Qué ocurrió con la devaluación? Que el déficit primario en dólares bajó de 21.300 millones a 14.300 millones de un plumazo, sin haber aplicado ni una sola medida para bajar el gasto.

Mientras más licuado esté el país, más importante se torna este préstamo con relación a los problemas que tenemos. Es la lógica del FMI, porque ese dólar salvador puede comprar ahora muchas más cosas que antes.

Por supuesto, que el efecto licuación trajo otras consecuencias: “Hoy, somos más pobres. Tenemos en dólares un salario más bajo que hace unos meses atrás”.

“No hay arte que un gobierno aprenda más rápido de otro que aquel de drenar dinero de los bolsillos de la gente”, ya lo dijo Adam Smith.

(*) Abogada y escritora

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