Por María del Carmen Taborcía (*), especial para NOVA
El dragón es un animal fabuloso, mezcla de serpiente corpulenta, garras de león y alas de águila, sumamente feroz y que echa fuego por la boca.
A medida que crece, el poder de un dragón va en aumento, de forma tal que los dragones adultos son, posiblemente, las criaturas más poderosas dentro del mundo mitológico.
Estos seres quiméricos, han fomentado la fantasía a través de cientos de cuentos, relatos, series, películas, y sobre todo han encantado a millones de niños y grandes en todo el mundo.
Pero en el entorno natural, el dragón es un pequeño reptil, que tiene expansiones de la piel, a ambos lados de su abdomen, a modo de paracaídas, que lo ayudan a sostenerse en sus vuelos.
Además, se encuentra el mayor de todos, el más grande varano, el dragón de Komodo. Imponente animal, que vive en una isla de ese mismo nombre perteneciente a Indonesia. Carroñero por excelencia, pero también cazador, es el superpredador del ecosistema en el cual subsiste.
En nuestro país existen los dragones omnívoros. Especímenes voraces, casi monstruos, y no son de la especie de los saurópsidos.
Su apariencia es humana, pero son bestias ambiciosas y destructivas. Sacian su apetito con: poder, dinero, ego, dominio, bienes raíces, bienes registrables, tesoros, rentas, frutas y verduras.
No es ciencia ficción. No tienen grandes alas, pero vuelan. Son atroces, no despiden fuego por sus bocas, pero arrojan hedores varios.
El dragón y la dragona, macho y hembra, no hay diferencia de géneros. Ambos se muestran invariablemente iguales, mismas conductas. Semejantes en sus deseos. Similares codicias.
Tierra estriada por sus villanas travesías, porque, a diferencia de los dragones reales, los nuestros se arrastran.
Pero entre los dragones que surcan nuestra geografía y los de Komodo hay análogas características: ambos son caníbales.
(*) Abogada y escritora
