Judiciales y Policiales
Entrevista exclusiva

A 31 años de la muerte de Oriel Briant, el abogado de Pippo sigue sosteniendo su inocencia

Oriel Briant, asesinada en 1984; Federico Pippo, acusado principal y Ricardo Bianchi, abogado defensor. (Fotomontaje: NOVA)

En el marco del protagonismo que ha cobrado en la escena nacional una problemática tan antigua como la violencia de género y teniendo en cuenta que en otros tiempos no formaba parte de la agenda mediática sino más bien del ámbito privado-familiar; NOVA intentó develar uno de los casos más emblemáticos, que sacudió a la ciudad de La Plata e inmediatamente al país en 1984.

En aquel primer año de democracia, el asesinato de la profesora de Inglés, Aurelia Catalina Briant –mejor conocida como Oriel–, sacudió a la opinión pública un 13 de julio y desde aquel momento hasta la fecha, jamás logró resolverse.

Obviamente, el primero y más complicado en la causa fue su esposo, Federico Pippo, también docente pero de Literatura en la UNLP. Y aunque el crimen de carácter “pasional” (22 puñaladas, varios cortes en la zona genital y dos disparos) dirigía todas las miradas hacia el hombre que acababa de separarse de su esposa, sobre quien pesaba un supuesto antecedente de haberla maltratado; hoy el letrado que en aquel entonces lo representó, asegura firmemente que “Pippo no mató a Oriel”.

En un encuentro exclusivo con este medio, el abogado Ricardo Néstor Bianchi, reescribió una historia llena de baches para aportar valiosa información que podría ayudar a comprender el caso y su resolución.

El tiempo aclara las cosas

“Algunos puritanos dicen que cuando el cliente confiesa un ilícito, el abogado no lo debe atender. Otros más sofisticados dicen que únicamente no deben atenderlo cuando se trate de un delito aberrante” comenzó catalogando el entrevistado para escudarse en la Constitución Nacional, el derecho a la defensa y a la presunción de inocencia.

“En aquel momento a mis 40 años, yo hacía ‘chapa y pintura’ como se dice en la jerga de los penalistas, cosas livianas, sobre todo derecho civil para matar el hambre” evocó “Bocha”, quien inició su carrera a los 30 atendiendo en casa de sus padres sobre Plaza Paso.

Y continuó: “Un día aparece Federico Pippo a traerme el divorcio con Oriel Briant: no lo conocía, ni sé quién me lo mandó o cómo apareció. Casualmente yo me estaba por casar e ir de luna de miel. ‘El asunto en principio, no me huele bien –le dije en el segundo encuentro- por esto que me acaba de contar, que su mujer desapareció’”.

“Le quise recomendar a alguno de mis maestros, empezando por mi querido profesor y después amigo, el Dr. Acevedo. Pero me contestó ‘podrán ser especialistas del derecho penal pero yo la confianza que le tengo al Dr. Bianchi, no se la puedo tener a nadie’. Me dejó helado, porque eso significaba asumir una responsabilidad muy grande” contó, aún asombrado.

Así fue como en pleno viaje de bodas, le notificaron el desconcertante hallazgo de Oriel, momento en que comenzó a ser objeto –junto a su colega Miguel Nicosia y el defendido– del acoso de la prensa y los vengadores anónimos que lo hostigaron durante los largos meses siguientes: “¿Casa de los Bianchi? Díganle a su hijo que lo deje de atender a Pippo porque si no, la cabeza de él y la de ustedes van a rodar por la plaza”.

“Como ocurre con los homicidios que acaparan la atención de un pueblo y trascienden lo local para conmocionar al país entero: todos le apuntaban a Pippo” sostuvo Bianchi, previo a recordar que la víctima –de familia inglesa, adinerada– formaba parte de un amplio círculo de la “alta sociedad” que se ubicaba geográficamente en la privilegiada localidad platense de City Bell.

Huyen los culpables

“En los genes de todo abogado defensor está esa capacidad de prever lo que puede ocurrir y a mí no me gustaba como venía la cosa. Siempre fui enemigo acérrimo de que un defendido mío se profugara, porque eso implica que el prófugo duerma con un ojo y con el otro vigile; y desde el punto de vista jurídico, es renunciar a cualquier tipo de beneficios que se puedan pedir en favor de él”, anticipó el doctor.

Con esa aclaración, siguió su relato: “A pesar de eso, como venía la mano con tanto acoso periodístico, tanta condena popular, avizoraba que a Pippo de alguna forma lo golpearían. Seriamente le dije ‘veo una animadversión y estoy seguro de que el juez (Julio Desiderio Burlando, padre de Fernando) también está convencido de que usted mató a su mujer. Me parecería conveniente que desaparezca un tiempo’”.

“‘No, doctor ¿irme yo? ¿Por qué me voy a ir si yo no hice nada?’ me dijo con la convicción que trasmite una mirada cara a cara, cuando no se puede advertir un ápice de falsedad”, advirtió.

Pero no todos los llamados anónimos eran amenazas, también había gente que lo “alentaba a seguir adelante” y hasta le aportaba valiosos datos: “Eran aproximadamente las siete de la tarde y mi madre que hacía de secretaria me pasa una llamada. ‘¿Quién habla?’ pregunté, ‘un amigo de siempre’ me dijeron. ‘Mientras usted cree que Pippo está en La Plata, en este momento lo están torturando en el Pozo de Banfield para que confiese’”.

El padre de la democracia recién había asumido, pero todavía la represión de Estado en sus distintas expresiones, continuaba respirando y el Pozo de Banfield seguía siendo uno de los últimos baluartes de la barbarie inhumana.

“Inmediatamente busqué al ‘Tano’ Nicosia y fuimos allá. En esa época no había GPS pero llegamos preguntando. Empecé a gritar como chancho en los maizales y lo trajeron: Cuasimodo era una bailarina, al lado de Pippo” dijo con lujo de detalles, en un reportaje tan interesante como extenso.

La escena del crimen

Bianchi aseguró que de ninguna manera se podía probar la culpabilidad de Pippo. Hubo graves irregularidades durante los minutos posteriores al hallazgo del cadáver por parte de la misma improvisada Policía. Los agentes llegaron a vomitar en el lugar de los hechos, debido a la impresión que les provocó el panorama. Pero además, “nadie podía decir que Pippo había sido un golpeador, no hubo antecedentes de ninguna clase”.

Luego de contar la presión que sentía al saber que la hija del entonces presidente Raúl Alfonsín había sido vecina y muy amiga de Briant, mencionó un dato no menor para ilustrar la encrucijada en la que se encontraba: en el 84 aún no se había derogado la pena de muerte.

Pese a la falta de preservación de la escena del crimen, la única conclusión certera a la que pudo llegar fue la siguiente: “El homicidio fue perfeccionado por un profesional –y no por un aficionado– que como tal, tuvo la virtud de dejar en el cuerpo una impronta que condujera a los observadores a intentar individualizar el homicida en otra persona que no fuera precisamente la que cometió el hecho”.

Se tejieron muchas hipótesis, pero en el marco de la gran incógnita hubo versiones que nunca se dieron a conocer. A casi un año de la absolución, Bianchi volvió a recibir un llamado iluminador de la misma persona que lo alertara sobre la tortura a Pippo, aunque esta vez no sería esgrimido.

“¿Usted sabía que el padre de Oriel Briant era agregado cultural británico en el Uruguay?” le preguntaron aquella noche. “Dicen las malas lenguas que Oriel o alguien muy allegado a ella había viajado a Malvinas y que después tenía algún viaje al Uruguay. Si esto fue cierto, fíjese usted a dónde podría conducir la posibilidad de la autoría del asesinato”, le insinuaron.

“Por otro lado se duda de su participación o no en la información de los chicos que estuvieron combatiendo a los militares” dijo la voz en el teléfono antes de cortar, para dejar totalmente pasmado al interlocutor. “Quien me lo decía podía ser un fabulador, aunque por el dato que me había pasado tiempo atrás no lo parecía”, analizó.

A pesar de que esa revelación podría haber orientado la investigación hacia el posible autor del femicidio; el platense radical, pescador, cazador, hombre de campo, no tuvo el valor de darla a conocer en aquel entonces. “Siempre fui consciente de que la represión de Estado es la más peligrosa de todos los tiempos y más viendo cómo se desató en este país ¿A quién no le torturaron o desaparecieron un familiar o amigo?”, se excusó.

“Insisto no obstante el paso de las décadas, en la preservación de la inocencia de Federico Pippo (fallecido en 2009), comprendido en las generales de la ley, como profesional. Yo debo rendirle homenaje, primero porque estoy totalmente persuadido de que no fue el autor de la muerte de Oriel Briant y segundo, porque gracias a él abracé en el derecho penal la atención de los delitos graves y me hice conocido”, declaró el legista que intervino en un centenar de causas por homicidio, entre las que se cuentan algunos en torno al famoso clan Puccio.

A modo de cierre de este invaluable testimonio y a 31 años de aquel célebre caso que conmovió a toda la Argentina, Ricardo Bianchi contó su secreto mejor guardado: “No cobré nada”. La “pureza” y la “bohemia” en su juventud lo llevaron tanto a él como a Nicosia a embarcarse en un desafío que quizás no los aventajó económicamente, pero sí en experiencia y renombre.

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