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Fotografía a un fotógrafo militante

La historia de Xavier Kriscautzky: imágenes con compromiso social que hablan por sí solas

El fotógrafo Xavier Kriscautzky entiende a su profesión como una forma de luchar por un mundo mejor, principalmente sin exclusión social. (Foto: NOVA).

Las fotografías no solo congelan un momento, hablan por sí solas. Representan la manera de observar el mundo desde el lente de quien dispara, aunque cada uno saca su propia conclusión. Abren puertas al pasado, discuten el presente y permiten echar un vistazo al futuro. Xavier Kriscautzky entiende a su profesión como una forma de luchar por un mundo mejor, principalmente sin exclusión social.

El fotógrafo entrerriano estudió Biología en la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata con el anhelo de recorrer al mundo como Jacques Cousteau, el famoso explorador francés. A partir de vicisitudes de la vida, de su compromiso social y de su amor por capturar imágenes, Kriscautzky se sumergió en el mundo de la fotografía.

“Lo importante es lo que uno quiere decir con cada foto, estoy convencido que no es un acto inocente, dice quién es el autor y por qué se capturó ese momento”, explicó el fotógrafo militante.

Fotógrafo por necesidad en su exilio

Durante su juventud, Kriscautzky adoptó a la fotografía como un hobbie. De adolescente viajaba de mochilero con su cámara y un diario de viaje bajo el brazo; en aquella época armaba diapositivas con un carácter irónico.

En 1976 tuvo que exiliarse en Brasil como consecuencia de la persecución militar: “Milité en una pequeña organización regional, como muchos de mi generación comprometidos con pensar que existía un mundo mejor, lo que todavía sigo creyendo”.

En tierras cariocas lo único que tenía como herramienta era una maquina colgada del cuello, la que utilizó para sobrevivir. El frustrado biólogo comenzó a sacar fotos en las plazas de un barrio muy elegante de la ciudad de Campinas. Allí las niñeras llevaban a los chicos a jugar, a quienes fotografiaba para luego llevar las capturas ya copiadas a las casas.

Subsistiendo como podía, Kriscautzky se preguntaba cómo alguien se podía dedicar a un hobbie, él entendía que el sistema te empujaba a trabajar de algo que sea perturbador. “Un día vino mi suegra a visitarnos y quedó impactada con las imágenes que había capturado de nuestro bebé. Me propuso que me dedique profesionalmente y eso representó un click en mi cabeza”, explicó.

A partir de ese momento descubrió que quería ser fotógrafo, por eso no solo siguió con su mecanismo autodidacta si no que tomó las primeras clases en el instituto Foto Scola y luego se especializó en fotografía científica y microbiología en la Universidad de Campinas.

Producto de una casualidad realizó su primer documental, como es costumbre, cargado de contenido social: “De puro curioso me metí en un campo de algodón en 1978. Mi trabajo allí con respecto al trabajo infantil tuvo muchísimo protagonismo en los medios y galerías brasileras, si bien existía Sebastián Salgado en la denuncia social, nunca lo había hecho en su propio país”.

Salgado es un reconocido profesional brasilero de la cámara, especialmente por sus sociodocumentales. Kriscautzky recupera su frase “una foto no puede cambiar el mundo, pero puede hacer reflexionar que merece ser cambiado”.

A pesar que Brasil lo recibió muy buen, su trabajo de denuncia le hizo brotar un miedo constante a la deportación. Cuando tuvo la posibilidad de empacar junto a su mujer, su hija nacida antes del exilio y otra que dio a luz en el país carioca, Kriscautzky decidió volver: “Cuando me fui deje todo, la patria, la casa, los amigos, la vida universitaria, quería recuperarlo”.

Vuelta a la Argentina

En 1982 emprendió el regreso a suelo argentino, aún sin la democracia vigente, por lo que no se animó a volver a La Plata. Recaló en Catamarca donde trabajó de fotógrafo. Allí ganó los 30 mil dólares del Premio Nacional de Artes y Ciencias que patrocinaba Coca Cola: “Presenté tres fotos de un pequeño documental sintético de oficios que catamarqueños del suburbio realizaban en sus casas”.

Con ese dinero aprovechó para instalarse nuevamente en la ciudad de las diagonales. Alquiló un departamento por dos años y lo amuebló. Ya corría el año 83 y Kriscautzky estaba a cargo del Departamento de Fotografía Científico del CONICET, sin dejar de lado los proyectos de documentales sociales para los que buscaba financiación a través de becas o subsidios: “Hice un medio en mi barrio, Altos de San Lorenzo, el cual era más leído que los dos diarios juntos que había en la ciudad”.

A partir del prestigio que fue consiguiendo con su labor, publicó distintos libros como “Ternuras”, “Desmemorias de la Esperanza” y “Los viñateros de Berisso”.

Un desafío: del analógico a lo digital

Kriscautzky no es un personaje abanderado de la tecnología: “Me costó pasar de lo analógico a lo digital, que lo hice hace seis años, tenía muchos prejuicios”.

La incorporación de cámaras modernas fue a partir de conseguir el primer puesto en tres concursos en que los premios eran máquinas digitales: “Le perdí el miedo y le gané respeto, lo único que cambia es el soporte, la fotografía sigue siendo lo mismo”.

El fotógrafo reconoció que igualmente respeta su estilo y sigue siendo muy reflexivo al sacar fotos, sin disparar a montones. También edita lo menos posible, sus capturas salen casi crudas: “Mantengo mucho de lo que aprendí en mis 30 años de analógico”.

Actualidad

La vida de los pueblos chicos lo fascina, por eso hoy vive en el pueblo bonaerense de Atalaya, partido de Magdalena. Como buen entrerriano, tiene su hogar a pocos metros del Río de la Plata, rodeado de la naturaleza y de vecinos que se conocen entre ellos.

Trabaja en lo que para el Indec se llaman pueblos en vías de extinción: “Un proyecto denominado El interior del interior, en el cual discuto ese término, son pueblos que resisten, con la escuela rural como herramienta principal”.

A Kriscautzky le atraen las raíces que hay en estos lugares, eso se mantiene independientemente de los gobiernos. Lejos de los centros urbanos, el fotógrafo sigue disparando flashes con contenido social y respetando un valor que se mantiene intacto desde su juventud: “el de luchar por un mundo mejor”.

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