Opinión
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La importancia de la forestación en La Plata

La Plata vista desde el Parque Saavedra.

Por Roberto Abrodos (*), especial para NOVA.

En La Plata, la presencia más característica es, sin duda, la del árbol. Las sensaciones que su existencia provoca en el hombre de la ciudad son varias y todas gratificantes, puesto que suavizan la rigidez de la edificación moderna; otorgan un efecto de continuidad a la construcción y sobre todo oxigenan el aire.

Sin embargo, teniendo presente que todos los árboles de La Plata son cultivados, la primera pregunta que surge es cómo era el paisaje y cuál la flora primera de las Lomas de la Ensenada, donde finalmente cristalizó la ciudad.

En el recorrido que media entre Buenos Aires y La Plata, los talares se hallaban a ocho kilómetros de la costa, habiendo hoy en día casi desaparecido como conjunto más adelante a la altura del paraje denominado justamente Los Talas (hoy partido de Berisso).

Un talar componía también el casco de la estancia de don Martín Iraola, donde su capataz, el señor Miche, plantaría los eucaliptos cuyas semillas había recibido Sarmiento de Europa, y que hoy integran el Bosque de La Plata.

Los eucaliptos de la estancia de don Martín Iraola comenzaron a ser plantados en 1862, dándose por concluido el cultivo 15 años después, al llegar a un total de 97 mil ejemplares.

Los eucaliptos, plantados inteligentemente como barrera purificadora, a espaldas de los terrenos inundables de los llamados “Bañados de Ensenada”, cubrían desde aproximadamente la actual calle 40 hasta más o menos la avenida 60, y su ancho se prolongaba desde la Avenida Circunvalación de hoy, ó 122, hasta cerca de la calle 2 o 3 de actual.

Cuando se edificó la ciudad, se mantuvo ese monte artificial como paseo público. Sin tardanzas se plantaron palmeras en las recientemente trazadas ramblas de las avenidas 51 y 53, las que, por el aspecto de sus hojas con forma de pluma, pueden ser identificadas como “palmeras fénix”, que aún hoy son las más difundidas en la ciudad.

En 1901, el intendente don Carlos Lavalle arboló numerosas calles y plazas y en los años siguientes, durante la administración comunal de don Carlos Monsalve, se forestó la Plaza Rivadavia o de la Policía, una de las más ricamente nutridas aún en nuestros días. En la avenida 7 se plantaron “plátanos”, confiriéndoseles tal cuidado que en 1907 una ordenanza prohibía el uso de estos como palenques para atar animales, por dañar esa acción la estructura del vegetal.

En los preparativos para conmemorar el centenario de la Revolución de Mayo, el comisionado municipal, don Luis María Doyhenard, pone al joven ingeniero agrónomo Juan Ramón de la Llosa al frente de la Dirección de Paseos y Jardines, a fin de incrementar la forestación, y por añadidura el ornato de la ciudad.

Juntamente con el empedrado de la avenida 7, el ingeniero De la Llosa trasladó los plátanos desde esa calle hacia las avenidas 51 y 53, y en su reemplazo plantó los tilos que otorgaron una fisonomía tan particular a esa vía central y a toda la ciudad. Estas plantas de tilo habían sido importadas desde Alemania y se encontraban en el vivero que el horticultor, señor Duret, poseía en la zona de Meridiano V.

El ingeniero De la Llosa realizó una valiosísima labor de forestación urbana, organiza un jardín botánico en el Parque Saavedra, hasta entonces un verdadero potrero, y, para conservarlo, lo cerca con las verjas erradicadas del Palacio Municipal.

Años después en la década del 20, durante la administración municipal del doctor Juan José Alsina, se plantan los jacarandaes que, a lo largo de la diagonal 73, colorearon, aún hasta hoy, desde Plaza Rocha hacia el barrio de La Loma, con sus flores de color de cobalto y sus frutos que recuerdan las castañuelas.

En la actualidad es lamentable reconocer que esta ciudad actualmente empobrecida desde el punto de vista forestal, ha caído un tanto en la monotonía, insistiendo en demasía, por ejemplo, en el cultivo de la acacia bola. Es necesario hacer hincapié en el asesoramiento en cuanto a la poda de árboles y a la protección de los mismos a los vecinos.

Tenemos que recordar que la copa de un árbol está diseñada para captar la luz solar y, al extenderse, sombrea el piso, causando bienestar en un día soleado y protegiendo la fauna, la flora inferior y al hombre y sus bienes, del efecto dañino del impacto directo de los rayos solares, y que su copa está diseñada para que el aire pase a través de las hojas, filtrando los polvos, cenizas, humos, esporas, polen y demás impurezas que arrastra el viento.

Además, el tejido vegetal amortigua el impacto de las ondas sonoras, reduciendo los niveles de ruidos en calles, parques y zonas industriales. Plantados en arreglos especiales alineados o en grupos, las cortinas de árboles abaten el ruido desde seis a diez decibeles.

En cualquier acción en la que tenga que ver un árbol hay que tener en cuenta que brindan sensación de bienestar, embellecen el paisaje urbano y constituyen un valor patrimonial para el municipio.

(*) La Plata la Ciudad Mágica

www.laplatamagica.com.ar

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